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Antonio y Felice Beato. Periferia imperial

“Y en el pedestal se leen estas palabras:
"Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes:
¡Contemplad mis obras, poderosos, y desesperad!"
Nada queda a su lado. Alrededor de la decadencia
de estas colosales ruinas, infinitas y desnudas
se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas”

Percy Bysshe Shelley (1792-1822), Ozymandias (1817).
Cabeza y parte superior de la estatua de Ramses II, granito rosa. Origen Belzoni, 1817. British Museum.
La primera vez que tuve noticia de Ozymandias  fue a principios de los años 1990. Hojeando una edición facsímil de “Description de l’Égypte” (Institut d’Orient, 1988) me sorprendieron varias menciones a Ozymandias, no sabía a quién o qué se referían. El vocablo era una transliteración griega de una denominación del faraón Ramses II (1303 a.C-1213 aC., XIX dinastía). 
La “Description de l’Égypte” fue publicada en 1820 como resumen recopilatorio de los materiales reunidos por la expedición de Napoleón a Egipto en 1798. Esta expedición, la primera de sus características, estaba compuesta por 167 académicos que estudiaron a fondo la cultura del antiguo Egipto. 
Las investigaciones arqueológicas modernas ya habían empezado a funcionar. Roque Joaquín de Alcubierre (1702-1780), ingeniero militar español nacido en Zaragoza, excavó, entre 1738 y 1750, los yacimientos de Pompeya y Herculano, por cuenta de Carlos III, a la sazón Rey de Nápoles. En 1790 se descubrió en la plaza del Zócalo (Ciudad de México) el Calendario Azteca (La Piedra del Sol). A fines del siglo XVIII se puso en marcha un genuino interés por el análisis de la historia a través de los yacimientos arqueológicos.
Calendario Azteca o Piedra del Sol. Museo Nacional, México. Fotografía de 1906, Library of Congress.
Uno de los primeros arqueólogos en Egipto fue Giovanni Battista Belzoni (1778-1823), un forzudo de circo que se convirtió en un depredador de antigüedades. Por cuenta del cónsul británico en Egipto, Henry Salt, se hizo cargo de un gigantesco (siete toneladas) busto de Ramsés II (en Luxor) y lo trasladó a Londres en 1821. El descubrimiento había tenido lugar en 1816 y se cree que la noticia de ello inspiró a Shelley su famoso poema.
A partir de entonces se disparó el interés por todo lo egipcio en Occidente. Inevitablemente la fotografía colaboró en la divulgación de las imágenes del Antiguo Imperio. El gran fotógrafo de los monumentos egipcios fue Antonio Beato (1835-1906). Nació en el seno de una familia de origen veneciano que, mas tarde, se estableció en Corfú. Pudo nacionalizarse británico ya que Corfú era entonces la sede del protectorado británico de las Islas Jónicas (Tratado de París, 1815), que fue transferido  al recién fundado reino de Grecia el 21 de mayo de 1864. Antonio Beato se instaló en Egipto en 1859, primero en El Cairo y después en Luxor. Allí abrió un estudio fotográfico en 1862, asociado a Hippolyte Arnoux, que mantuvo hasta su muerte en 1906. 
Isla de Philae. Antonio Beato, 1903. Library of Congress.
Hubo muchas fotografías firmadas por “Felice Antonio Beato” y realizadas en el propio Egipto, y en China, India y Japón. Ello generó cierta confusión hasta que, en 1983, Italo Zannier probó que en realidad había dos hermanos, Antonio y su hermano mayor Felice Beato (1832-1909). Felice es el autor de todas las fotografías realizadas fuera de Egipto. 

Sin quitar mérito alguno a Antonio, es Felice Beato el que realiza fotografías de las que hacen época. Estuvo en Crimea continuando la obra de Roger Fenton. Hace acto de presencia en el gran Motín de la India (la rebelión de los “cipayos”) y fotografía por primera vez restos humanos de los enfrentamientos que había habido en Lucknow, en concreto en el Palacio de Secundra Bagh. Los británicos muertos en los enfrentamientos, entre noviembre de 1857 y marzo de 1858, fueron enterrados pero los cuerpos de los rebeldes indios no recibieron sepultura. Sus esqueletos ilustran la crudeza de la fotografía. 

Secundra Bagh, Luknow (India). Felice Beato, 1858. 
Más tarde acompaña a la expedición anglo-francesa que en la Segunda Guerra del Opio (1856-1860) invade China y derrota a las tropas manchúes en el asalto a los fuertes de Taku (21/08/1860) y en la batalla de Palikao (20/09/1860). Entre el 6 y el 18 de octubre de 1860 se produce el saqueo y destrucción del Palacio de Verano (Yuanming Yuan) por las tropas anglo-francesas. Un episodio realmente bochornoso; además, lo destruido superó con creces a lo robado. El supervisor, por parte británica, fue James Bruce, 8º Conde de Elgin. Era hijo de Thomas Bruce Elgin, que “compró” (vandalismo es el término que utilizó Byron) los frisos del Partenón que se exhiben en el Museo Británico.

Príncipe Kung. Regente del Imperio Qing entre 1861 y 1865. Fotografía de Felice Beato, 02/11/1860. Cortesía de Metropolitan Museum of Art, New York.
En 1863, Felice Beato se trasladó a Japón. Asociado con Charles Wirgman realizaron numerosas fotografías que ilustran el final de la época Tokugawa, la guerra Boshin y la instauración del Japón moderno (la era Meiji). En 1877 vendió sus colecciones a Stillfried & Andersen y en 1884 dejó Japón. Llegó a participar en la guerra del Sudán, en auxilio de Gordon, y más tarde se estableció en Birmania. Terminó sus días en Florencia en 1909. La colección de fotografías del Japón, coloreadas, es un documento impresionante. Pueden encontrarse procesadas en la Library of Congress. La propiedad se atribuye a Stillfrid & Andersen, pero en cada una de ellas consta la autoría de Felice Beato.

Vista exterior de un mercado de pescado. Yokohama. Fotografía a la albúmina, coloreada a mano con acuarela. Felice Beato (1877?). Library of Congress.
La peripecia de los hermanos Beato es una muestra más de que las periferias de los imperios producen individuos más representativos de la propia idiosincrasia imperial que los de la metrópoli. Siempre se ha dicho, medio en broma medio en serio, que los mejores escritores ingleses eran irlandeses. “Exempli gratia”, Sterne, Wilde, Yeats y Joyce.