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New York, realidad y fábula.

Siempre he pensado que el mejor lugar y tiempo para vivir, por supuesto siendo rico, era el Nueva York de fines de los años 1930. Antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial y cuando los efectos de la Gran Depresión se habían atenuado algo. Reinaba Franklin Delano Roosevelt, un patricio benévolo y astuto. Al que, por cierto, sus iguales odiaban cordialmente y consideraban que era poco menos que un comunista. El “New Deal” había cambiado las reglas de juego y atemperó la ferocidad del sistema capitalista. 
Estados Unidos era entonces el país de las oportunidades, todavía funcionaba (relativamente) el “ascensor social”. Las clases medias, que habían nacido en los años 1920, y cuyas expectativas fueron destruidas en 1929,  habían vuelto a remontar. Se trataba de personas que podían vivir de su profesión u oficio con relativa holgura. 
A la izquierda el pináculo del Hotel Pierre, a la derecha el Hotel Plaza. Fotografía de Samuel H. Gottscho, 23/01/1933. Library of Congress.
Por su parte las clases acomodadas tenían unos lujos impensables hasta ese momento. Dashiell Hammet en “El hombre delgado” (The thin man, 1934) retrataba al ex-detective privado Nick Charles  y a su esposa Nora (una rica heredera) que viven confortablemente en una suite del ficticio “Hotel Normandie”. Este hotel podría ser un trasunto del fastuoso Hotel Pierre (East 61 st, 5ª Avenida). La alternativa eran los enormes apartamentos de Park Avenue como el que habitaba, muchos años más tarde, Sherman McCoy, el estúpido (y al final redimido) protagonista de “La hoguera de las vanidades" (The Bonfire of the Vanities, Tom Wolfe, 1987).
Walker Evans. Fotografía de Edwin Locke, febrero de 1937. Library of Congress.
El lado oscuro del paraíso fue retratado por uno de los grandes fotógrafos norteamericanos, Walker Evans. Susan Sontag le reserva un lugar de honor en su ensayo “Sobre la fogtografía" (1977): “Fue el último gran fotógrafo que se afanó con seriedad y certeza en un tono derivado del humanismo eufórico de Whitman, compendiando lo anterior (por ejemplo, las asombrosas fotografías de inmigrantes y obreros de Lewis Hine) y anticipando buena parte de la fotografía más impasible, tosca y desolada que se ha hecho desde entonces, como en las proféticas secuencias de fotografías «secretas» de los anónimos viajeros del subterráneo neoyorquino que Evans hizo con una cámara oculta entre 1939 y 1941.”. Walker Evans realizó las fotografías en el Metro de New York escondiendo la cámara en el abrigo y colocando la lente entre dos botones. De esa forma consiguió imágenes de una autenticidad impensable hoy en día. 
61 st entre 1st y 3rd Avenue. Fotografía de Walker Evans, verano 1938. Library of Congress.
Y de esta manera llego a la causa de este artículo, el libro de Amor Towles, "Normas de cortesía" (Rules of Civility, 2011, Salamandra, 2012. Trad. Eduardo iriarte Goñi). Se trata de una novela fascinante; su acción se desarrolla en New York, entre fines de 1937 y 1938. Comienza (precisamente) con la exposición que el MoMA (Museum of Modern Art, New York) dedicó (entre el 05/10/1966 y el 11/12/1966) a las fotografías del Metro de NY, realizadas por Walker Evans. La protagonista (en la madurez) rememora, a través de esas fotografías, su vida en aquel año 1938. La puesta en escena de la novela recoge la peripecia vital de unos jóvenes en esa época. Hay varias líneas de intriga que por su tranquila morosidad permiten una lectura extremadamente agradable. Lo que me ha parecido un auténtico “tour de force” es el protagonista “invisible”, la ciudad de Nueva York. Mediante una notable erudición no solamente resulta creíble el escenario sino que cobra un valor propio. Tan importante es el “argumento” de la novela como los detalles de la descripción del entorno.
Trinity Church, mirando hacia Broadway. Fotografía de Angelo Rizzuto, octubre 1952. Library of Congress.
Por ejemplo, la protagonista sentada en una cafetería en Broadway (frente a Trinity Church) medita sobre los habitantes de Nueva York y sus muy diversos orígenes. Reflexiona que, a pesar de su diversidad y su diferente idiosincrasia,“...se daban por satisfechos con expresar su individualidad por medio de su Rogers preferido en la función de tarde del sábado: Ginger [la actriz bailarina], Roy [el vaquero cantante] o Buck [el héroe del siglo XXV].” 
A veces se puede tener nostalgia de un mundo que no ha sido vivido. Creo que la nostalgia está relacionada con el paraíso perdido y la esperanza del cielo en el que cada uno de nosotros espera vivir. En mi caso se trata del inconcebible pueblo inglés en el que Richmal Crompton situaba a Guillermo Brown o del no menos inconcebible Nueva York de Amor Towles.