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Egipto, Cromer y la burocracia imperial

Mehmet Alí (c. 1769-1849) fundó una dinastía que gobernó Egipto, con altibajos y en muchas épocas de forma nominal, desde 1805 hasta 1953. De origen albanés, se alistó en el ejército otomano, destacó, fue enviado a Egipto y logró comandar las tropas que derrotaron y expulsaron a los franceses en 1803. La Sublime Puerta le nombró gobernador general (Beylerbey) del territorio egipcio después de encabezar una especie de golpe de estado. Más tarde, entre 1811 y 1818, fue el encargado por los otomanos de acabar con la insurrección de los wahhabíes con lo que Egipto tuvo el control de las ciudades santas, La Meca y Medina. Realmente Egipto se convirtió en una especie de provincia autónoma del Imperio Otomano gracias a los efectos de la invasión napoleónica en 1798, al destruir el poder mameluco, y a los éxitos de Mehmet Alí en la península arábiga. 

El Canal de Suez
En Egipto, a lo largo del siglo XIX se permitió la formación de fincas muy extensas que terminaban en manos de los altos dignatarios. En estas fincas se implantó, generalmente, un sistema de plantaciones, produciendo sobre todo algodón y caña de azúcar. Se intentó agilizar la modernización del país. El evento decisivo fue el canal de Suez, cuya construcción duró 15 años, culminando en su inauguración en 1867. En ese mismo año su impulsor Ismail Pasha (gobernó entre 1863 y 1879), nieto de Mehmet Alí, fue nombrado, por el Sultán Abdülaziz I, Jedive de Egipto. El canal de Suez significó para Egipto un regalo envenenado. Su financiación se realizó mediante una compañía en la que Egipto tenía el 44% del capital y el resto fue suscrito por inversionistas privados, en su mayor parte franceses. 

Composición de Charles Poiron. Exposición Universal de París, 1867. De izquierda a derecha, Carlos XV (rey de Suecia), Guillermo I (rey de Prusia), Francisco José I (emperador de Austria), Napoleón III (emperador de los Franceses), Alejandro II (emperador de Rusia), Abdul Aziz (sultán del Imperio otomano), Leopoldo II (rey de los Belgas). Detras de estos dos últimos se  encuentra Ismaïl Pacha (Jedive de Egipto)
Los enormes gastos e inversiones realizados tenían retornos a muy largo plazo. El sistema tributario egipcio era anticuado, rígido y los ingresos de  exportaciones de algodón disminuyeron cuando terminó la guerra civil estadounidense. El Jedive Ismail se encontró en un callejón sin salida. En 1875 se filtró al Foreign Office británico que quería vender las acciones del Canal de Suez (176,602 acciones). Disraeli, en una oscura operación financiada por Lionel Rothschild, compró para Gran Bretaña las acciones por 4.000.000 de libras esterlinas. Fue un negocio redondo. La operación fue aprobada por el Parlamento en marzo de 1876, después de muchas discusiones. El producto de la venta resultó insuficiente, Egipto entró en bancarrota. Estaba en manos de sus acreedores. Gran Bretaña y Francia se hicieron cargo de la intervención de la Hacienda egipcia para proteger el pago de la deuda externa de Egipto. Ismail fue sustituido por su hermano Tewfik Pasha.

Entrada del Canal de Suez en Port Said. (c.1870). Frank Mason. Library of Congress.

El control de la Comisión de Deudas (anglo francesa) provocó un levantamiento popular, iniciado en 1879, dirigido por el coronel Ahmed Orabi. Terminó siendo aplastado por la intervención, sobre todo inglesa, y derrotado por Garnet Wolseley en la batalla de Tell el Kebir el 13/09/1882. A partir de ese momento Gran Bretaña ejerció un protectorado “de facto” sobre Egipto. 

El gestor del protectorado fue Evelyn Baring (Lord Cromer desde 1901). Cromer había sido secretario privado del virrey de la India entre 1872 y 1876. Entre 1877 y 1880 fue el comisario británico de la Oficina de la Deuda Pública de Egipto. En 1883 fue nombrado cónsul general y embajador plenipotenciario de Gran Bretaña en Egipto. Egipto se convirtió en un instrumento del Imperio Británico, le permitió controlar el camino a la India y apuntaló su dominio sobre el África Oriental. Cromer cesó en su cargo en 1906 y murió en 1917.

Hannah Arendt, en “Los orígenes del totalitarismo” dedica la Segunda parte al imperialismo en general, ahonda en el imperialismo británico y explica en profundidad la figura de Cromer. Para comprender a Cromer y su sistema de control en Egipto elabora un análisis complejo y fascinante, casi poético.

En primer lugar indica que los dos principales medios de dominación imperialista son el de la raza (África del Sur) y el de la burocracia (Argelia, Egipto y la India). 

Library of Congress
Constata que el Imperio británico se logró en un “momento de distracción” (un accidente), es decir no fue el resultado de una política deliberada. Por ello se tuvo que hallar un interpretación que transformara el accidente en un acto voluntario. El mecanismo utilizado es el de la construcción de las leyendas. Es decir, las explicaciones legendarias de los hechos anteriores permite asumir la responsabilidad de esos hechos por parte de quienes viven en el futuro. Es necesario tener en cuenta que las leyendas no son ideologías, no apuntan a una explicación universal, sino que explican hechos concretos. La leyenda imperialista creada por Rudyard Kipling se puede interpretar en la propia Inglaterra asociada a las virtudes del sentimiento caballeresco, la nobleza y la valentía.

La “carga del hombre blanco”, nacida del racismo o de la hipocresía, permitiría a los mejores de los ingleses llevar la civilización a los pueblos primitivos. Arendt califica a estos burócratas como inmersos en la tradición de los “matadores de dragones”, que acudían a lejanas tierras a salvar a los nativos de los dragones que les habían acosado durante siglos. 

La idiosincrasia de estos individuos estaría relacionada con el estímulo de los ideales juveniles en las “Public School”. Cuando los servicios coloniales los reclutaban impedían la conversión de los ideales juveniles en ideas de hombres maduros, como hubiera ocurrido de quedarse en Inglaterra. El sistema garantizaba “una cierta conservación, o quizá petrificación de la nobleza juvenil que preservó e infantilizó normas morales occidentales”

Evelyn Baring, 1st Earl of Cromer, Negativo en cristal, Alexander Bassano, 1883. National Portrait Gallery, London.
Cromer (según Arendt) era uno de estos “matadores de dragones”. Ahora bien, al no creer en su superioridad individual sino en su pertenencia a una nación superior, se convertía en una especie de demiurgo que, más allá y al margen de la ley, solventaba los asuntos públicos según su leal saber y entender. Además, se mantenía en la sombra. Su gobierno era sigiloso. Como perfecto burócrata movía los hilos y consideraba que tenía que estar libre de censura, de alabanza y, sobre todo de control alguno. Laboraba por el bien superior de Gran Bretaña, pero su distanciamiento de sus gobernados se convertía en algo más peligroso que el despotismo. El texto de Arendt tiene una claridad meridiana, sobrecogedora e inquietante: “En la base de la burocracia como forma de gobierno y de su inherente sustitución de la ley por decretos temporales y mudables se halla esta superstición de una posible y mágica identificación del hombre con las fuerzas de la Historia.”