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El mundo del mañana

Jorge Luis Borges publicó “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” en el número 68 de la revista “Sur” y en el ya remoto mes de mayo de 1940. El relato, con aparente forma de cuento, narraba una vasta conspiración, investigada por el propio Borges y su amigo Bioy Casares, que fabricaba un mundo nuevo para sustituir al mundo real en el imaginario de los habitantes de nuestro planeta. Poco a poco, el mundo artificial se apoderaba de la realidad e imponía el idealismo de Berkeley. El cuento tiene 5.560 palabras; ninguna de ellas es prescindible. Funciona como un relato policial, como un ensayo filosófico y como un cuento fantástico. Tal vez sea el texto más trascendental de Borges, al menos es el que parece tener una mayor profundidad. Su lectura repetida no agota sus posibilidades.

Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo el día de su boda en Las Flores, provincia de Buenos Aires (1940).De pie: Óscar Pardo, Enrique L. Drago Mitre y Jorge Luis Borges (testigos del enlace)

Contiene afirmaciones memorables. Una de ellas, con una audacia característica, dice: Los metafísicos de Tlön no buscan la verdad ni siquiera la verosimilitud: buscan el asombro. Juzgan que la metafísica es una rama de la literatura fantástica. Saben que un sistema no es otra cosa que la subordinación de todos los aspectos del universo a uno cualquiera de ellos.La investigadora Malva Marina Vasquez (2011) califica la cita de atentado terrorista… que equivale al levantamiento de la cortina de hierro ontológica por su inversión de la jerarquía de los discursos del saber moderno. El origen de la cita se encontraría en las afirmaciones del “Círculo de Viena”; Ernesto Sábato lo apuntó en 1972. 
Antes de proseguir, recordemos que la metafísica es la rama de la filosofía que estudia la estructura, componentes y principios fundamentales de la realidad. En esta condición se convirtió en el instrumento que analizaba las “ciencias naturales” antes del nacimiento de la ciencia moderna. La ciencia, en la modernidad, fue requiriendo, cada vez con mayor intensidad, mecanismos de verificación y experimentación. Por ello, ya a mediados del siglo XIX, la metafísica se había convertido en un instrumento inoperante para el avance de la ciencia. 
Moritz Schlick. c.1930.
El ”Círculo de Viena” estaba formado por un grupo de científicos y filósofos, fundado por el filósofo austríaco Moritz Schlick (1882-1936). El grupo publicó, en agosto de 1929, un Manifiesto titulado “La concepción científica del mundo”. El Manifiesto tenía como finalidad rechazar el “pensamiento metafísico y teologizante” en la ciencia. Consideraba que la metafísica como método científico era un residuo obsoleto de la mentalidad de la Ilustración. El Siglo de las Luces creó el paradigma de la Modernidad cuya utilidad ahora se ponía en entredicho.El Manifiesto consideraba que uno de los errores fundamentales de la metafísica, el que correspondía a los procesos lógicos del pensar, consistía en la concepción de que el pensar puede por sí mismo, o bien conducir al conocimiento sin la utilización de cualquier material experimental, o sólo mediante la circunscripción de hechos dados puede lograr nuevos contenidos. No obstante, la investigación lógica conduce al resultado de que toda inferencia no consiste en otra cosa que en una transición de unos enunciados a otros enunciados, que no tienen lo contenido en aquellos (transformación tautológica). Por lo tanto, no es posible desarrollar una metafísica del «pensar puro».Añadía que La concepción científica del mundo solamente conoce enunciados experimentales sobre objetos de todo tipo, y los enunciados analíticos de la lógica y la matemática. 
El comentario (corrosivo) del Manifiesto que haría coherente la cita borgiana dice: Si un metafísico o teólogo quiere mantener la vestimenta usual en el lenguaje, entonces le debe ser claro y mostrar claramente que no hay representación, sino expresión; que no hay teoría -es decir, comunicación de un conocimiento-, sino poesía y mito. Si un místico afirma tener experiencias que están sobre o más allá de cualquier concepto, entonces uno no puede negárselo. Pero, resulta que él no puede hablar sobre ello, porque hablar significa capturar en conceptos, esto es: reducirlo a hechos científicos integrables.
Jorges Luis Borges y Estela Canto. 1945
Otra cita está relacionada con el asunto capital del cuento. Como veremos, esta cita hay que entenderla “a sensu contrario”; como una de las trampas habituales con las que Borges entrena a sus lectores. 
En el inicio del cuento Borges y Bioy están en una quinta alquilada, acaban de cenar y polemizan sobre una novela. Al fondo remoto del corredor les acecha un espejo. Descubren, puesto que es de noche es inevitable, que los espejos tienen algo monstruoso. Entonces Bioy recuerda que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres. Buscan la referencia en la Anglo American Cyclopedia y no hay rastro de Uqbar. Al día siguiente Bioy llama a Borges y le comenta que había encontrado la referencia en el Tomo XLVI de la Anglo American Cyclopedia; allí se indicaba que Para uno de esos gnósticos, el visible universo era una ilusión o (más precisamente) un sofisma. Los espejos y la paternidad son abominables (mirrors and fatherhood are abominable) porque lo multiplican y lo divulgan.
Parece que la clave del cuento giraría en torno al rechazo a los espejos. Sin embargo, debemos recordar que son los heterodoxos en Uqbar (luego Tlön) los que hacen hincapié en ese rechazo. Recordemos que los heterodoxos siempre lo son porque han terminado perdiendo la hegemonía; la historia siempre la escribe la ortodoxia. Más tarde, en el cuento, se cita que a raíz de las persecuciones religiosas del siglo XIII, los ortodoxos buscaron amparo en las islas, donde perduran todavía sus obeliscos y donde no es raro exhumar sus espejos de piedra. En definitiva, la ortodoxia en Uqbar estaría íntimamente ligada a los espejos y su importancia.
Umberto Eco publicó (1988) un libro titulado “De los espejos y otros ensayos” que puede ilustrarnos sobre la importancia de los espejos en el cuento de Borges. Eco se planteaba las siguientes cuestiones Los espejos, ¿son un fenómeno semiósico? ¿O son signos las imágenes reflejadas en la superficie de los espejos?.
Jorge Luis Borges, Cesar Fernandez Moreno y Emir Rodriguez Monegal. Montevideo, 1948.
En una nota (del traductor de ese libro) se aportaba el concepto de semiosis: La semiosis es el fenómeno, típico de los seres humanos (y, según algunos, también de los ángeles y los animales), por el que —como dice Peirce— entran en juego un signo, su objeto (o contenido) y su interpretación. La semiótica es la reflexión teórica sobre qué es la semiosis. Así, pues, el semiótico es quien nunca sabe qué es la semiosis, pero está dispuesto a jugarse la vida sobre su existencia. Desde luego, incluido el toque de humor, la aclaración aporta algo, pero no mucho.
Eco dice que un signo es aliquid que stat pro aliquo (algo que representa algo). Es preciso tener en cuenta que, entre otros detalles, solamente se refleja lo que hay en ese momento ante el espejo. Es decir, una imagen especular tiene un referente que no puede estar ausente; por ello, esa imagen no puede ser considerada como signo. En este caso (en los espejos) el signo (lo representado, el objeto) no está siempre presente.
Si la semiosis es una actividad que requiere la existencia de un signo y el espejo no puede considerarse, en sentido estricto (y absoluto), un signo; ¿qué naturaleza tiene, entonces, un espejo.
La calificación más plausible termina asociada (Eco dixit) a las reflexiones de Jacques Lacan: El espejo es un fenómeno-umbral, que marca los límites entre imaginario y simbólico (semiósico). Además, los espejos serían prótesis que extienden (y amplían) nuestra mirada. También son “canales”, es decir, medios materiales que permiten el paso de información
Eco termina diciendo que El universo catóptrico es una realidad capaz de dar la impresión de la virtualidad. El universo semiósico es una virtualidad capaz de dar la impresión de la realidad
La “razón” se declara contra el espejo que no ofrece al mundo sino una imagen del mundo, una materia desmaterializada, en una palabra, una contradicción frente a la ley de no contradicción (Todorov citado por Vasquez).
Los espejos son utilizados por Borges como elemento que conduce a la confusión. Al eliminar la línea divisoria, el propio espejo como umbral, entre la realidad y la copia especular los metafísicos tlönianos rompen una barrera fundamental. A partir de ese momento todo resulta posible.
En este terreno ambiguo es donde Borges desarrolla las tesis que subyacen en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”. En primer lugar, utiliza el instrumento más conspicuo de la Modernidad, la Enciclopedia, para “crear” un mundo nuevo. Subvierte la fiabilidad de la Enciclopedia de Diderot y d’Alembert. Al poner en cuestión la información en la que se basa nuestro imaginario, la descripción de nuestro mundo queda en entredicho. 
En segundo lugar, al elevar los espejos al ámbito de una categoría real ocurre lo que dice la doctora Vasquez: Así, en Tlön el espejo actuaría como el primer dispositivo de “deconstrucción” al poner en marcha un desmontaje crítico de las oposiciones jerárquicas de los sistemas teóricos. Es decir, se dinamita la “dualidad platónica”.
En ese momento el mundo sensible ya no es la copia degradada del mundo de las ideas, es una realidad en sí mismo. De ese mundo se pueden hacer copias. Una de esas copias posibles, el mundo inventado en la Enciclopedia de Tlön, se convierte en la nueva realidad. 
Victoria Ocampo. Editora y directora de la Revista Sur.
Borges escribe (recordemos, en 1940): Hace diez años bastaba cualquier simetría con apariencia de orden —el materialismo dialéctico, el antisemitismo, el nazismo— para embelesar a los hombres. ¿Cómo no someterse a Tlön, a la minuciosa y vasta evidencia de un planeta ordenado? Inútil responder que la realidad también está ordenada. Quizá lo esté, pero de acuerdo a leyes divinas —traduzco: a leyes inhumanas— que no acabamos nunca de percibir. Tlön será un laberinto, pero es un laberinto urdido por hombres, un laberinto destinado a que lo descifren los hombres.
Borges describió, mediante la literatura fantástica y hace más de ochenta años, un mundo posible que usurpaba la realidad de forma sospechosamente parecida a como los mundos digitales están invadiendo (y estandarizando) el mundo en el que vivimos. No han aparecido todavía, como en Tlön, sus tigres transparentes y sus torres de sangre, pero tiempo al tiempo.

BIBLIOGRAFIA