Ir al contenido principal

Heráclito de Efeso y la lectura

“«La literatura es inagotable por la razón suficiente de que un solo libro lo es». Este libro no basta sólo con releerlo, sino que hay que reescribirlo, aunque sea como Ménard, literalmente. Así se cumple la utopía borgiana de una Literatura en transfusión perpetua -perfusión transtextual- constantemente presente a sí misma en su totalidad y como Totalidad, en la que todos los autores no son más que uno, y en la que todos los libros son un vasto Libro, un solo Libro infinito.”
Gerard Genette, “Palimpsestos. La literatura en segundo grado” (Taurus, 1989). 
Gerard Genette
El libro tuvo su origen en 1972 y fue publicado en 1983. Genette, en plena fiebre estructuralista, apartaba al autor y analizaba como se confecciona el texto literario. Incorporaba la idea, no era nueva, de que todo texto dialoga con los textos que le han precedido. Las citas, las referencias, las ideas de todos los textos que se han escrito terminan entrelazándose entre sí. No es posible la existencia de un texto totalmente nuevo para el lector avezado. El propio título de la obra de Genette, “Palimpsesto”, nos lo recuerda; se trata del manuscrito en el que se ha borrado el texto primitivo para escribir un nuevo texto.
En la renovación del concepto de lector estaría la clave. Roland Barthes publicó, en 1967, un artículo en la neoyorquina (y multimedia) revista “Aspen” con el título “The Death of the Author”. Su tesis apuntaba que una vez que el texto ha sido creado, y ha entrado en circulación, adquiere independencia. Deja de ser trascendente la intención original del autor y cobra importancia la interpretación que termine dándole, a dicho texto, el lector. Poco más tarde, en 1969, Michel Foucault matizaba las tesis de Barthes apuntando que es necesario identificar de algún modo la autoría, aunque solamente sea a los efectos de ubicar el propio texto.
Roland Barthes. Fotografía de Henri Cartier-Bresson. 1963
Por su parte, Umberto Eco publicó, en 1992, “Interpretación y sobreinterpretación”. Era un ensayo sobre la naturaleza del texto literario. Su tesis fundamental es que “Un texto es un dispositivo concebido con el fin de producir su lector modelo”
Para poder hacer más clara esta afirmación conviene tener presente la reflexión que sigue.
La existencia del texto produce (genera) un “lector modelo”. Hay que añadir que un “lector” puede hacer diferentes conjeturas sobre el texto; cada una de ellas generaría un “lector modelo” diferente. Como decía Heráclito de Efeso, “nadie se sumerge dos veces en el mismo río”.
A su vez, el “lector modelo” imagina un “autor modelo” como autor de la intención del texto (que el lector ha decidido que el texto tiene).
Además, aparece el “autor empírico” que es un actor que “hace conjeturas sobre la clase de lector modelo postulado por el texto”. El “autor empírico” sería el autor como creador del texto literario.
El texto terminaría siendo un objeto construido por la interpretación para poder identificar lo que el “lector modelo” ha creído entender; y, este último aspecto nos devuelve el “texto interpretado”. El propio Umberto Eco (supongo que en un rasgo de humor) indica “No me avergüenzo de admitir que con esto estoy definiendo el viejo y aún válido «círculo hermenéutico»”.
En definitiva, se trataría de respetar el texto, no al autor. Todo ello sin abandonar de forma absoluta la existencia del autor. Pero, eso sí, el texto, una vez producido, tiene una independencia intrínseca que solamente puede ser matizada por la interpretación de cada uno de los lectores, y en cada una de las lecturas que éstos realicen.
Tal vez sirva de aclaración (o de toque jocoso) una aportación de un alumno de Eco (Mauro Ferraresi). Ferraresi sugería que entre el “autor empírico” y el “autor modelo” existiría, una tercera figura, el “autor liminar” (o autor en el umbral). Se refería al “umbral entre la intención de un ser humano determinado y la intención lingüística mostrada por una estrategia textual”.
Umberto Eco. Fotógrafo Rob Bogaerts, 22/05/1984.
Jorge Luis Borges, mencionado en la cita de Genette (Pierre Menard, autor del Quijote), siempre sostuvo que “el acto de lectura emancipa la obra de toda intencionalidad del autor”. Así lo comenta una especialista en Borges, la profesora franco-argentina Annick Louis (Universidad Franche-Comté). Hay un libro suyo, “Borges ante el fascismo” (Verlag Peter Lang, 2008), en el que, analizando la obra de Borges en las décadas de 1930 y 1940, realiza una puesta en escena (impresionante y muy amena) sobre el contexto en que se crea una obra literaria. 
En concreto, indica que a partir de la independencia del texto (de la obra literaria) el acto de lectura divide las “aguas: corriente arriba (respecto de las obras), cuestiones como la intención del autor, su adhesión explícita a una tendencia, a un movimiento, a un partido; corriente abajo, sus efectos de sentido y las apropiaciones de los lectores.”
Es decir, “la identidad del objeto literario se constituye en el cruce de ambos movimientos”.
Annick Louis también aduce, en primer lugar, que no habría “muerte del autor” sino que autor y lector se convierten en “ejes organizativos concebidos como redes de relaciones significantes vinculadas a lo literario, lo social, lo artístico y la historia.”
En segundo lugar, y no menos importante, Borges dinamita el concepto de género literario. Sus cuentos esconden ensayos y sus ensayos se convierten en ficción. Todo texto es literatura. La profesora Louis, con respecto a una de las obras analizadas en su libro, “Tlön, Ukbar, Orbis Tertius”, dice que, aparte de un sofisticado alegato contra los totalitarismos, estamos ante una afirmación contundente: “Lo literario no es dependiente de la historia ni un reflejo de ella. Lo literario es una fuerza histórica que reacciona frente a otras fuerzas históricas y que actúa sobre algunas de ellas a partir de dispositivos específicos, determinados tanto por la singularización de los contextos como por la individualización de los autores.”
Según estos argumentos Borges habría sido, en los años 1940, un posmoderno “avant la lettre”. Creo que la Modernidad, que genera entre otros conceptos el de “creador-autor”, habría nacido, después de una gestación difusa, en los albores del Renacimiento, a fines del siglo XV. Su auge se prolonga desde principios del siglo XVII hasta fines del siglo XIX; en este momento empieza una crisis que se prolonga hasta el colapso del concepto de autor a fines de la década de 1960.
Curiosamente el lapso temporal coincide con la vigencia del “Index Librorum Prohibitorum”, el índice de libros prohibidos de la Iglesia Católica. Se promulgó, por el papa Pio IV, el 24 de marzo de 1564 y su final advino a causa del Motu Proprio “Integrae servandae” de Paulo VI a fines de 1965. No sé si es relevante, pero pienso que está asociado con la relación entre el autor y sus textos; en el momento en que dicha relación se debilita el “Índice” se vuelve inútil.
Portada del "Indice". 1564.
Obviamente, no se puede prescindir de la figura del autor. Sin embargo, en mis lecturas percibo que el autor se ha convertido en un aspecto contextual del propio texto. Recuerdo perfectamente que, en mi infancia, leía libros sin saber nada de su autor; y no tenía interés alguno por su existencia. Se trataba de un lector y un texto infinito. El texto, lo literario, se convertía en una experiencia vital más; tan nítida y potente como el sol y los juegos en la calle de la ciudad.

Bibliografía
Annick Louis. Borges ante el fascismo. Verlag Peter Lang, 2008. ISBN 978 3039110056.
Gerard Genette. Palimpsestos. La literatura en segundo grado. Taurus, 1989. ISBN 978 8430621958.
Umberto Eco. Interpretación y sobreinterpretación. Akal, 2003. ISBN 978 8483230107.