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Ireneo de Lyon. Adversus haereses.

“Los valentinianos usan vocablos más honorables, y presentan al Demiurgo como Padre, Señor y Dios; sin embargo, han optado por una ideología aún más blasfema; pues dicen que el Creador «no ha sido emitido por ninguno de los Eones que se encuentran en la Plenitud», sino que lo hacen provenir «de la penuria expulsada del Pléroma».”
Extraído del libro de Ireneo de Lyon (c.140-c.202) “Contra los Herejes” (2.3.4.1. Contra los gnósticos, del testimonio de Esteban).
San Ireneo de Lyon. Frederikskirken. Copenhague (Dinamarca).
“Contra las herejías” (Adversus haereses) se escribió hacia el año 180. Es, fundamentalmente, un libro contra los gnósticos; Marción, Valentín, Carpócrates, Basílides y otros. El gnosticismo fue una de las doctrinas heréticas con mayor predicamento entre los cristianos en los primeros siglos. Entre los gnósticos había mucha diversidad. El propio Ireneo considera que la proliferación de sectas gnósticas revela que “todo su sistema no contenía otra cosa que mentiras” (Bart D. Ehrman, “Cristianismos perdidos”, Crítica 2004). 
Las tesis defendidas por la doctrina gnóstica, muy variadas, se podrían resumir de la forma siguiente (Bart D. Ehrman): En el principio solamente existía el Uno, un dios completamente espíritu. Generó un reino divino a partir de sí mismo. Su existencia iba generando “emanaciones”, Pensamiento, Vida, Eternidad, etc., que reciben el nombre de “eones”. A su vez estos eones producen “sus propias entidades, hasta alcanzar un completo reino de eones divinos, en ocasiones llamado Plenitud o, para usar el término griego, Pleroma”.
Parece que habría un movimiento descendente del espíritu a la materia; la materia sería una forma degradada de la existencia, “el resultado de una alteración en el Pleroma, de una catástrofe en el cosmos”. Según una versión de este mito (recogida por Ireneo), uno de los eones, llamado “Sofía” (sabiduría en griego) habría engendrado a una criatura imperfecta. Este ser, apartado del reino divino, termina siendo el Demiurgo (creador) de nuestro mundo. Sofía le llama “Ialdabaot”, sería el Yahveh del Antiguo Testamento. La humanidad creada por el Demiurgo está compuesta por seres inanimados. Entonces, el Dios verdadero, apiadado, les insufla el Pensamiento; de esta forma los seres humanos podrían, mediante la reflexión, la ascesis y la meditación, volver al reino divino. Es el conocimiento (la gnosis) la que permitirá la liberación del mundo material. Este conocimiento aparece mediante la revelación aportada por Cristo. Cristo habría sido un emisario enviado por la auténtica divinidad para redimir al género humano.
Libro Secreto de Juan (Apócrifo de Juan). Siglo II. Nag Hammadi
Esta versión, inicialmente descrita por Ireneo, fue la misma que aparece en el Libro Secreto de Juan (el hijo de Zebedeo). Este texto se encuentra en los manuscritos encontrados en Nag Hammadi (en el sur de Egipto) en diciembre de 1945. Estos manuscritos, datados en los siglos III y IV, contienen una auténtica colección de textos gnósticos. Dichos textos permiten comprender la influencia que tuvieron estas doctrinas en los tiempos anteriores a la consolidación de la ortodoxia cristiana, que se produce a partir del siglo IV. Son los primeros Concilios Ecuménicos, Nicea I (325), Constantinopla I (381), Efeso (431) y Calcedonia (451), los que empiezan a identificar el canon cristiano.
En Nicea I se redacta el primer “credo” con un texto inicial que no deja duda alguna sobre la lucha contra los gnósticos: “Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de todo lo visible y lo invisible”.
Analicemos, un solo Dios y todopoderoso, no hay “eones” ni otro tipo de divinidad. La frase siguiente aclara más dudas, “creador de todo lo visible y lo invisible”, es decir, de la materia y del espíritu. Por si hubiera alguna duda, el concilio de Constantinopla I añadirá, tras la palabra creador, “de cielo y tierra”. El detalle, no menor, de que se inicie con la palabra “creemos” (y no “creo” como en el “credo” actual) implica a la comunidad eclesial al completo.
En el ámbito teológico las palabras, y su significado, son tan decisivas como en el plano jurídico. No hay aspecto alguno dejado al azar.
Bart D. Ehrman realiza en su libro un minucioso análisis de las doctrinas gnósticas. Es muy significativo que el libro de Ireneo tenga como subtítulo “Exposición y refutación de la falsa gnosis”. Los gnósticos fueron la mayor amenaza para lo que, luego, fue la ortodoxia cristiana ya que eran cristianos practicantes dentro de las iglesias establecidas. Se consideraban a sí mismos un grupo de elegidos que, mediante la meditación y la ascesis, lograrían acceder al ámbito celestial. Al contrario que otros grupos más militantes (y más ajenos a las comunidades), que defendían, por ejemplo, la naturaleza exclusivamente divina o exclusivamente humana de Cristo, los gnósticos no estaban fuera sino dentro de las comunidades cristianas. Por esto eran especialmente peligrosos. Aquí reside la causa de la animadversión de Ireneo, y de otros, como Tertuliano (160-220).
En este contexto resulta muy interesante la descripción de las doctrinas gnósticas que efectuó Benedicto XVI, en una intervención sobre San Ireneo de Lyon, durante una audiencia general del miércoles 28/03/2007: “…una doctrina (la de los gnósticos) que afirmaba que la fe enseñada por la Iglesia no era más que un simbolismo para los sencillos, pues no son capaces de comprender cosas difíciles; por el contrario, los iniciados, los intelectuales --se llamaban «gnósticos»-- podrían comprender lo que se escondía detrás de estos símbolos y de este modo formarían un cristianismo de élite, intelectualista”.
No es casual la intervención del acreditado teólogo Ratzinger en pleno siglo XXI. Hay ciertas doctrinas modernas que podrían calificarse de neo-gnósticas; la Teosofía o el movimiento “New Age”. Tampoco es ajena la divulgación de las traducciones de los manuscritos de Nag Hammadi.
A su vez, Umberto Eco (Interpretación y sobreinterpretacion, 1995) comentaba: “Es difícil evitar la tentación de percibir una herencia gnóstica en muchos aspectos de la cultura moderna y contemporánea.” Y, añadía, con su habitual sarcasmo, que “A diferencia del cristianismo, el gnosticismo no es una religión de esclavos, sino de señores.”
Las tesis de Bart D. Ehrman apuntan que, en los primeros siglos, el cristianismo contenía muchas tendencias diferentes y enfrentadas y, sobre todo, que la ortodoxia que terminó triunfando no tenía este carácter (ortodoxo) desde el principio.
Se hace eco del libro publicado en 1934 por el alemán Walter Bauer (1877-1960), “Ortodoxia y herejía en el cristianismo primitivo”. Citando a Ehrman: “Bauer sostuvo que la Iglesia primitiva no estaba constituida por una sola ortodoxia de la que luego se apartaron diversas minorías heréticas y afirmó que, por el contrario, hasta donde nuestras fuentes más antiguas nos permitían remontarnos, el cristianismo asumía en la antigüedad una significativa variedad de formas, ninguna de las cuales representaba con claridad a una importante mayoría de creyentes en detrimento de las demás. En algunas regiones de la cristiandad lo que después sería etiquetado como «herejía» había sido en realidad la principal y más antigua forma de cristianismo”.
Jabal al Tarif. Ubicación de Nag Hammadi.
Nos encontraríamos, hasta el siglo IV, ante una serie de corrientes doctrinales luchando entre sí por la hegemonía. Habría una auténtica lucha de poder, trasladada al plano conceptual, intelectual y teológico. Bauer indicaba que habrían ganado las tesis defendidas por la comunidad eclesial más potente (y más rica), en aquel momento, la de Roma. Los exégetas posteriores a Bauer han matizado este predominio romano, pero sin dejar de considerar correctas las conclusiones a las que llegó.
Ehrman, que califica de proto-ortodoxos a los defensores de la futura ortodoxia, afirma que éstos no tenían garantizado el éxito desde el principio. Se configuró un largo camino de luchas, más o menos nítidas, que condujeron al predominio de un determinado “corpus” canónico del cristianismo.
El gnosticismo ha navegado por Occidente, de una u otra forma, a lo largo de los últimos dos mil años. Por ello precisamente, sobre los textos de Jorge Luis Borges, uno de los gestores más conspicuos de la cultura occidental, planean numerosas referencias a los gnósticos. Hay un ensayo, “Una vindicación del falso Basílides” (Discusión, 1932) que describe una de las versiones característicamente gnósticas de la creación del mundo. Borges analiza la cosmogonía del heresiarca Basílides, que no se diferencia mucho de lo arriba expuesto. Finaliza Borges con una frase de las suyas, irónica, brillante y demoledora: “En todo caso, ¿qué mejor don que ser insignificantes podemos esperar, qué mayor gloria para un Dios que la de ser absuelto del mundo?”.

Bibliografía
San Ireneo de Lyon. Contra los herejes. ISBN 978-1521165379.
Bart D. Ehrman. Cristianismos perdidos. Crítica, 2004. ISBN 978-8484325734
Walter Bauer. Ortodoxia y herejía en el cristianismo primitivo. Túbingen, 1934. Verlag von  J.C.B. Mohr. 
Jorge Luis Borges. Discusión. Alianza Editorial, 1997. ISBN 9788420633312