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Averroes. Conocimiento y paradoja.

Aristóteles, en el Libro Tercero de la Retórica, 18 “in fine”, dice: “A propósito del ridículo, dado que parece tener alguna utilidad en los debates y que conviene —como decía Gorgias, que en esto hablaba rectamente— «echar a perder la seriedad de los adversarios por medio de la risa y su risa por medio de la seriedad», se han estudiado ya en la Poética (1) cuántas son sus especies, de las cuales unas son ajustadas al hombre libre y otras no, de modo que de ellas podrá tomar (el orador) las que, a su vez, se le ajusten mejor a él. La ironía es más propia de un hombre libre que la chocarrería, porque el irónico busca reírse él mismo y el chocarrero que se rían los demás.”
(1) Aristóteles remite a la parte perdida de la Poética, que trataba sobre la comedia.
Los cuatro jinetes del Apocalipsis (Ap.6, 1-8). Beato de Liébana.
La parte perdida de la Poética, que se extravió por los avatares de los siglos, es el libro que se cita en “El nombre de la rosa” de Umberto Eco. Se trata del escrito sobre la risa que, en la novela, Javier de Burgos (obvio trasunto de Borges) protege a toda costa, incluso matando. Eco cuenta la causa de que Javier de Burgos se convierta en un asesino: “Tenía miedo del segundo libro (de la Poética) de Aristóteles, porque tal vez éste enseñase realmente a deformar el rostro de toda verdad, para que no nos convirtiésemos en esclavos de nuestros fantasmas. Quizá la tarea del que ama a los hombres consista en lograr que éstos se rían de la verdad, lograr que la verdad ría, porque la única verdad consiste en aprender a liberarnos de la insana pasión por la verdad.”
Como todos los fundamentalistas, Javier de Burgos se tomaba a sí mismo en serio en su búsqueda de la verdad y no consentía una mirada irónica sobre dicha búsqueda.
Añade Eco que el libro es una “…copia en griego, probablemente realizada por un árabe, o por un español…”
El árabe (o español) citado es Averroes (1126-1198), el gran comentador de Aristóteles, que vivió en la Córdoba dominada primero por los almorávides y, después por los almohades. Desarrolló estudios de filosofía compatible con el Islam. Al final de sus días fue desterrado por el califa almohade al-Mansur que, por razones políticas, necesitaba el apoyo de los ulemas; los cuales, con sus posturas más ortodoxas, criticaban al propio Averroes.
Averroes trabajó los textos de Aristóteles a partir de “una traducción árabe del siglo X, que provenía a su vez de una versión siríaca” (Umberto Eco, 2003). Las dificultades a las que se enfrenta Averroes en sus investigaciones han sido recreadas, magistralmente, por Jorge Luis Borges en un cuento, “La busca de Averroes”, incluido en “El Aleph” (1949). El cuento gira alrededor de los problemas que tiene Averroes en la comprensión de dos palabras, tragedia y comedia, incluidas tanto en la Poética como en la Retórica. En la tradición árabe no se encuentra el teatro, ello implica la confusión de Averroes al intentar encontrar sentido a los conceptos de otra cultura. 
La escuela de Atenas. Rafael Sanzio. 1509-1511. Palacio Apostólico Vaticano.
El título “La busca de Averroes” es polisémico. Hace referencia, a la vez, a la investigación de Averroes y al intento del autor (el propio Borges) de entender a su personaje. Al principio, Borges, con un sesgo claramente aristotélico, dice: “…y alrededor (esto Averroes lo sentía también) se dilataba hacia el confín la tierra de España, en la que hay pocas cosas, pero donde cada una parece estar de un modo sustantivo y eterno.” 
A lo largo del texto, Averroes encuentra referencias que podrían ayudarle a entender qué es una representación teatral. Mientras trabaja en su estudio ve, al pie de su ventana, a unos niños que juegan a salmodiar, uno hace de alminar, otro, encima de él, de almuédano y un tercero, postrado, de fieles. Posteriormente, en casa de un amigo, un viajero que había llegado hasta la China (Cantón) describe una representación teatral sin que sus interlocutores (y el mismo viajero) entiendan lo descrito. 
A pesar de ello, Averroes se encuentra en un callejón sin salida. El reto al que se enfrenta el traductor va, inevitablemente, más allá de encontrar un vocablo equivalente en el idioma de destino. 
Umberto Eco profundiza en los dilemas de Averroes. Identifica los componentes de la tragedia. Habitualmente se traducen como historia, caracteres, discurso, pensamiento (creencias), visión y melodía (posible presencia de músicos en el escenario). 
El “quid” de la cuestión lo plantea el quinto componente, la visión (ópsis). Eco apunta que “Averroes no puede pensar que haya una representación visual de acciones, y traduciendo visión por nazar piensa en algo que “explica la rectitud de las creencias”, es decir, en un tipo de argumentación que demuestra la bondad de las creencias representadas (siempre con fines morales).” 
Esta interpretación, que empobrece la representación teatral y la reduce a un relato, es la que medró a lo largo de la Edad Media por las traducciones (de los comentarios de Averroes) al latín, en 1256, por parte de Hernan Aleman. 
Fragmento de la Escuela de Atenas. Averroes con turbante inclinado hacia Pitágoras (que escribe).
Una época, la Edad Media, en que el concepto de teatro tampoco era muy comprensible. Los teatros romanos habían desaparecido y las representaciones (religiosas o de juglares) se hacían en las iglesias o en las plazas. Los estudios renacentistas, a partir de principios del siglo XV, sobre De Architectura, de Vitruvio, vuelven a reconsiderar la arquitectura teatral.
La reflexión de Eco coincide, aparentemente, con la de Borges, La incomprensión de la otra cultura, aquella que se pretende capturar en la traducción, conduce a un absurdo. Borges, al final de su cuento apunta:
“Sentí que la obra se burlaba de mí. Sentí que Averroes, queriendo imaginar lo que es un drama sin haber sospechado lo que es un teatro, no era más absurdo que yo, queriendo imaginar a Averroes… Sentí, en la última página, que mi narración era un símbolo del hombre que yo fui, mientras la escribía y que, para redactar esta narración, yo tuve que ser aquel hombre y que, para ser aquel hombre, yo tuve que redactar esa narración, y así hasta lo infinito.”
Borges plantea así una regresión infinita; con un punto burlón como hacía siempre. 
Hasta aquí pareciera que la tesis de “La busca de Averroes” fuera una “alegoría sobre la imposibilidad de la traducción”. Según Claire M. Climer no lo es. Apunta que el tema del cuento es la paradoja. 
En primer lugar, recuerda que la traducción no es una mera traslación terminológica. Consiste en un proceso creativo mediante el que se traslada el núcleo del texto traducido. Citando al propio Borges “la página que tiene vocación de inmortalidad puede atravesar el fuego de las erratas, de las versiones aproximativas, de las distraídas lecturas, de las incomprensiones, sin dejar el alma en la prueba” (J.L.Borges, La supersticiosa ética del lector, Discusión)
Aduce Climer que “El fracaso de una traducción, después de todo, puede explicarse sin insistir en que todas las traducciones son fracasos; por ello, intento demostrar que el error de Averroes en realidad no surge de ninguna imposibilidad, sino de una fuerza más sutil y más borgesiana: la paradoja. En particular, la adivinanza que ha sido la raison d’être de nuestra investigación -¿por qué comete el doctor Averroes un error tan elemental?- encuentra su solución en el examen de una clase específica de paradoja: el regressus ad infinitum.”
Enseñanza de Aristóteles, Kitāb naʿt al-hayawān, Jabril ibn Bukhtishu. 1220
La reflexión final de Borges es aplicable al propio Averroes. Está atrapado en una circularidad: “…para obtener el conocimiento que busca, tiene que distinguir entre el conocimiento verdadero y la ignorancia. Otra vez, la adquisición del conocimiento exige que uno ya lo posea. Por tanto, Averroes acaba confundiendo una exacerbación del enigma de las palabras tragedia y comedia con su solución.” (J.L.Borges, La supersticiosa ética del lector, Discusión).
Pero “la paradoja no equivale a la imposibilidad”. Todas estas paradojas (y adivinanzas) “ilustran la resbaladiza naturaleza del conocimiento”. Al final resulta que Averroes, al igual que Borges, no es un charlatán, “trabajando sobre la traducción de una traducción para interpretar la obra de un hombre de quien lo separan catorce siglos, Averroes sin embargo produce la obra monumental que lo justificaría ante las gentes”.
 
Bibliografía
Jorge Luis Borges, El oficio de traducir. Revista Sur, Buenos Aires, N.º 338-339, enero-diciembre de 1976.
Jorge Luis Borges, El Aleph.
Jorge Luis Borges, Discusión.


Latin American Literary Review Volume  44  /  Number 88    2017