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Un lector de Borges

A lo largo de toda mi vida, en muchas ocasiones, me he recitado frases o citas de Jorge Luis Borges. Recurría a ellas como mantras, creo que para conjurar mis fantasmas, mis miedos o, tal vez, mis esperanzas. Era como un anclaje a una realidad conocida, el territorio en el que alcanzaba la seguridad. La literatura puede ser perfectamente asimilable a un ámbito real en el que cada uno de nosotros transita. Tiene, además, una cualidad muy importante; se trata de una estructura cerrada. Borges murió; su obra es un escenario que cobra vida cuando se aborda la lectura de sus escritos. 

Muchas de las citas me resultaban comprensibles, sabía lo que en ellas se invocaba. En otros casos la importancia residía, en exclusiva, en la eufonía. Como cuando, en la infancia, aprendía las oraciones religiosas sin comprender su significado. Las palabras, las frases, se convertían en conjuros. Una de las citas (de “Inquisiciones”) se refería a un escrito del médico inglés Thomas Browne (1605-1682), “Urn Burial” (1658). Estas dos palabras de un idioma para mí, entonces, desconocido resonaban en mi cabeza. Más tarde supe que la traducción era “El enterramiento en urnas” según la interpretación de Javier Marías, traductor de la obra para su editorial El Reino de Redonda.
Jorge Luis Borges
El capítulo de Borges sobre Browne en “Inquisiciones” tiene un aire que recuerda indudablemente a la prosa del español del siglo XVII. Browne es uno de los fetiches de Borges; le considera el mejor prosista en lengua inglesa. Tal y como comenta Javier Marías, Borges y Bioy Casares tradujeron, para la revista Sur en 1944, el último capítulo (el V) de “Urn Burial”. Borges, al final de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, dice: “Yo no hago caso, yo sigo revisando en los quietos días del hotel de Adrogué una indecisa traducción quevediana (que no pienso dar a la imprenta) del Urn Burial de Browne.” (Ficciones, 1944). Este texto es el primero en que recibí la noticia de la existencia de “Urn Burial”.
Javier Marías, en su prólogo citado, no está de acuerdo con Borges. Afirma que hay que olvidarse de Quevedo para traducir a Browne. Dice que hay que ser arriesgado en esta traducción para intentar transmitir la “exuberancia léxica” característica de Browne que, desgraciadamente, es muy difícil de expresar en castellano.
El titulo completo de la obra es “Urn Burial, or a Discourse of the Sepulchral Urns lately found in Norfolk” (El enterramiento en urnas, o breve disertación sobre las urnas sepulcrales halladas recientemente en Norfolk).
Algunas citas me hacían recuperar otros mundos. Por ejemplo, el comienzo de “Las ruinas circulares” (“Ficciones”): “Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, …”
Portada Editorial Saturnino Calleja. dibujo de Rafael de Penagos
El texto me recordaba a una escena de “El corsario negro”, de Emilio Salgari. Dos piratas, Carmaux y Wan Stiller (sic), navegando con un esquife, en la noche, por el lago de Maracaibo, huyendo de las fortalezas españolas, para encontrarse con un barco corsario proveniente de la isla de La Tortuga. También rememoraba las innumerables (y nocturnas) ocasiones en que Tarzán vadea ríos para acechar a sus enemigos. 
Según Juan David Torres Duarte, parece ser que Borges al utilizar el adjetivo “unánime” estaba pensando en la expresión inglesa “all-encompassing”. El verbo “encompass” equivale a “incluir” o "abarcar”. Sin embargo, en español, no hay una correspondencia adecuada. Torres Duarte apunta que el adjetivo inglés no pretendía describir la capacidad de la noche para abarcar o encerrar cosas, sino que tendría carácter calificativo. Algo así como que la noche, con su presencia, crea un mundo en el que todas las cosas están en armonía. La oscuridad imprime carácter. 
“Como la noche es una con las cosas, sería apropiado un adjetivo con la partícula un a la cabeza, puesto que indica fusión, cierta homogeneidad, cierta armonía: uniforme, unísono, unívoco, unión. Como, además, la noche y las cosas tienen una sola y misma alma, la palabra ánima, de donde deriva alma, debió alumbrarse de golpe en la exploración verbal de Borges, que tanto amaba aprender lenguas (en su vejez se consagró al anglosajón con fervor). ¿Qué palabra podía acoplar la unidad y el alma, el ánima, y pasar casi desapercibida, como si fuera una palabra de todos los días, mientras al mismo tiempo elevaba aquella noche a una dimensión fantástica? En el listado de las un en el diccionario aparece casi al inicio: unánime.” (Juan David Torres Duarte, 11/08/2021, Periódico El Espectador, Colombia).
Jorge Luis Borges en Sevilla, 1984
Otra cita memorable proviene de “El inmortal” (“El Aleph”, 1949): “Un día, con el filo de un pedernal rompí mis ligaduras. Otro, me levanté y pude mendigar o robar -yo, Marco Flaminio Rufo, tribuno militar de una de las legiones de Roma- mi primera detestada ración de carne de serpiente.”
La potente expresión “tribuno militar de una de las legiones de Roma” creo que resulta suficiente para evocar un completo universo, el Mediterráneo, el mundo clásico, el nacimiento de lo que conocemos como civilización occidental. Así me venía a la cabeza. A ello unía una anécdota personal. Pertenezco a una generación a la que tocaba hacer el servicio militar. Siendo soldado, gracias a un compañero versado en esas lides, tuve ocasión de comer carne de lagarto, que asábamos en unas brasas en el campo, durante unos ejercicios en pleno Maestrazgo. Supongo que debía considerar a Marco Flaminio Rufo una especie de colega gastronómico. Además, en aquel tiempo era lo suficientemente joven como para considerarme poco menos que inmortal. La mortalidad es algo que se aprende con la edad. Y, paradójicamente, viene acompañada por la serenidad. Como dice el propio Borges cuando Rufo pierde la inmortalidad: “Incrédulo, silencioso y feliz, contemplé la preciosa formación de una lenta gota de sangre. De nuevo soy mortal, me repetí, de nuevo me parezco a todos los hombres. Esa noche, dormí hasta el amanecer.”
Franz Kafka
Por último, no me resisto a transcribir una cita de “El milagro secreto” (“Ficciones”): “Un ruido acompasado y unánime, cortado por algunas voces de mando, subía de la Zeltnergasse. Era el amanecer, las blindadas vanguardias del Tercer Reich entraban en Praga.”
En su momento me pareció, y me parece todavía, una imagen perfecta de la sorpresa, y el espanto, que provocó en aquella desgraciada Europa el ascenso del “Reich de los Mil años”.
Hay un detalle no menor, la Zeltnergasse (ahora Celetná) es la calle de Praga en la que vivió Franz Kafka. El homenaje de Borges a Kafka no es casual. En “Otras Inquisiciones”, habla de “Kafka y sus precursores”. Precisamente, como dice en algún lugar de ese mismo libro, “cada escritor crea sus precursores”. Kafka, junto a Chesterton, Quevedo, Browne, Pascal o Coleridge forman parte del heterogéneo grupo de precursores de Jorge Luis Borges.