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Concilio de Calcedonia, la unión hipóstatica

 Me enteré de la existencia del Monasterio de Santa Catalina del Sinaí en 1964. En ese año estrenaron en España una película de aventuras “El valle de los reyes” (The Valley of the Kings, Robert Pirosh, MGM 1954). No estaba mal, Robert Taylor y Eleanor Parker interpretaban papeles de arqueólogos que investigaban la posible tumba egipcia de José (el bíblico hijo de Jacob). Sus pesquisas les llevaban, entre otros lugares, a Santa Catalina del Sinaí. Esto último es lo que me dejó la película en la memoria. Un monasterio ortodoxo en medio de la nada, en el desierto del Sinaí.

En el centro, el Monasterio de Santa Catalina del Sinaí. Fotografía tomada desde la cima de Gebel Muneiga mirando al noroeste. Matson Photo Service. Library of Congress.
La historiadora Judith Herrin en su obra Bizancio (Debate, 2007) da claves para entender los orígenes y el devenir del monasterio. Se trata de una obra muy bien estructurada, no en orden cronológico sino temático. La lectura es amena y permite un acceso sencillo a un campo no muy conocido. Bizancio es una civilización que no tuvo herederos, salvo de una forma indirecta y parcial, el Principado de Moscovia (“la tercera Roma”) y el imperio otomano.

El movimiento cenobítico de los primeros siglos del cristianismo propició la existencia de pequeñas congregaciones de ascetas entregados a la meditación. Uno de esos grupos se estableció al pie del Monte Sinaí, donde la tradición establecía la existencia de la “zarza sagrada” mediante la que Dios se mostró a Moisés y donde le entregó las Tablas de la Ley. La viajera y peregrina Egeria, procedente de Hispania (de la zona de Galicia o del Bierzo) visitó el emplazamiento a principios de la década de 380 (d. C) . Según sus propias declaraciones leyó en voz alta (a los cenobitas allí establecidos) partes del libro del Éxodo para recordar la vida de Moisés.

Monasterio de Santa Catalina del Sinaí. Las tiendas que se aprecian a la izquierda están habilitadas para los visitantes (c. 1930). Matson Photo Service. Library of Congress.
En el siglo VI los monjes solicitaron ayuda al emperador bizantino Justiniano I pidiendo protección de las redadas de los beduinos de la zona. Este ordenó la construcción de una fortaleza en ese emplazamiento. Se empleó piedra volcánica local. Un arquitecto, Esteban, de Elath (Aqaba), diseñó la basílica (545 d. C) dedicada a la Madre de Dios. Hay constancia de su nombre en las vigas del techo junto a la referencia al emperador y a la emperatriz Teodora (muerta en 548).

Mosaico de la Transfiguración. Cristo entre Elías (izquierda) y Moisés (derecha. Al pie los apóstoles Juan, Pedro y Santiago. Basílica del Monasterio de Santa Catalina del Sinaí.
Unos años después se encargó el mosaico de la Transfiguración para el ábside. El monasterio recibió muchas donaciones y fue acumulando una extraordinaria colección de manuscritos e iconos. Con el ascenso de los árabes en el siglo VII la comunidad quedó aislada del mundo cristiano. Sin embargo no fue molestada. El Profeta Mahoma (sálla Alláhu wa ‘aleihi wa sállam) (صلّى الله عليه (و آله) ) había otorgado al monasterio en el año 624 (2 H) el permiso para que sus habitantes no fueran molestados comprometiendo al Islam a respetar las promesas “hasta el día del juicio y el fin del mundo”. En todo caso, en la zona, solamente permaneció el monasterio; los anacoretas esparcidos en las cercanías fueron desapareciendo.

El Ashtiname de Mahoma,también conocido como la Alianza o Testamento(Testamentum)de Mahoma,es un documento que es una carta o escrito escrito por Ali y ratificado por Mahoma otorgando protección y otros privilegios a los seguidores de Jesús el Nazareno, dado a los monjes cristianos del Monasterio de Santa Catalina. Está sellado con una huella que representa la mano de Mahoma.
El estatus jurídico del monasterio de Santa Catalina del Sinaí es muy interesante. La iglesia del Sinaí (que incluye algunas otras dependencias) está gobernada por un arzobispo que también es el abad del monasterio. Su gobernanza está sometida a cierta controversia (menor). Para algunos dicho gobierno es autocéfalo, para otros es una iglesia autónoma dependiente del Patriarca Ortodoxo Griego de Jerusalén. Durante la existencia de Bizancio fue patrocinado por sus emperadores. En definitiva, su estatuto es relativamente parecido al de los monasterios ortodoxos del Monte Athos, en Grecia, que tienen cierta autonomía.

Siqqat Sydina Musa es reconocido como el naqb (paso o camino) tradicional seguido por el profeta Moises hasta la cima del Monte Sinaí bíblico. Los monjes pavimentaron el camino utilizando 3.750 escalones de roca desde el monasterio de Santa Catalina hasta la cima en los siglos IV-VII d.C. Matson Photo Service. Library of Congress.
Su aislamiento propició que se mantuviera al margen del movimiento iconoclasta de Bizancio, que tuvo lugar en 730-787 y 814-842. Este movimiento, la iconoclasia,  no es ajeno a la influencia de las conquistas árabes. El Islam prohibe la representación de imágenes. Los iconos clásicos están pintados de una forma especial. Se realizaron mediante la pintura al encausto. Es una técnica que consiste en utilizar una mezcla fundida de cera de abejas y resina, esta última proporciona un acabado con un alto índice de refracción. El resultado es parecido al esmalte por su brillantez, transparencia y profundidad. La veneración de los iconos iba más allá de la mera representación. Existía la creencia de que, “de alguna manera, el icono captaba la esencia de la figura sagrada que representaba”. Los iconos harían de intercesores y, en sí mismos, tenían carácter sagrado.

Icono del Pantócrator del Sinaí. Siglo VI
En los iconos las figuras se representaban de manera frontal y directa, con los ojos que miraban desde la tabla al espectador. En la colección del Monasterio de Santa Catalina hay iconos extraordinarios del siglo VI, entre ellos el de Cristo, la Virgen y el Niño, con ángeles y santos y San Pedro. El más interesante, y que muestra de forma impresionante que el icono es un mecanismo de comunicación, es el icono de Cristo. Se muestra como Pantócrator, sentado en el trono con ademán de bendecir con la mano derecha y con la izquierda sosteniendo los Evangelios. Se trata de una imagen en la que el rostro adquiere una inusual complejidad. La mitad izquierda (derecha para el espectador)  muestra un Cristo más humano (que ha sufrido la Pasión) y la mitad derecha un Cristo con la calma y el carácter sublime de la divinidad. Estamos ante la declaración del Concilio de Calcedonia (451) en el que se estableció que Cristo poseía dos naturalezas (unión hipostática), perfecto en Divinidad y perfecto en Humanidad. Este canon doctrinal decretaba que ambas naturalezas convivían sin confusión y sin cambio (inconfuse e inmutabiliter), contra la herejía monofisita, y, además, sin división y sin separación (indivise e inseparabiliter) contra la herejía nestoriana.